Explora el Origen y Significado de Expresiones que Usamos a Diario

Descubre el Fascinante Mundo de las frases cotidianas

Viaja a través de las Historias que hay detrás de las Frases

¿POR QUÉ DECIMOS ESTO?

Descripción:

En este libro el lector encontrará la explicación a decenas de frases hechas y dichos que todos utilizamos a diario. Son tan comunes que casi nunca reparamos en lo que decimos.

Estamos conversando con un amigo explicando que tenemos que hacer esto o aquello y decimos algo así como: “Lo tengo que hacer, no hay tu tía”. O cuando alguien nos cuenta que ha tenido que pasar por el aro por exigencias del trabajo. O bien, si decimos que “nos vamos a liar la manta a la cabeza y vamos adelante con aquel proyecto pase lo que pase.

Muchas de estas frases fueron acuñadas hace decenios, y otras, tal vez las más sorprendentes, nacieron siglos atrás y luego fueron incorporadas a nuestra lengua.

Para escribir este libro el autor ha buceado en obras clásicas de Cervantes, Benavente, Valle Inclán… Ha buscado en antiguos diccionarios de autores sabios. Ha viajado al Imperio Romano y ha llegado a codearse con dioses paganos. Todo ello para entender por qué decimos las cosas que decimos.

Es una lectura cómoda y agradable y también puede ser el regalo perfecto.

ISBN papel: 978-84-19963-40-6
DEP. LEGAL: AB 697-2023

Formato físico, para que lo tengas en tus manos: 15,90€

En formato físico gastos de envío: 1,99 (iva incl.)

Versión Kindle: 2,99€

Son tan comunes que casi nunca reparamos en lo que decimos

Un vistazo a algunos fragmentos del libro:

"LES PIDO DISCULPAS"

Les pido excusas

Aquel verano de 1775 los marqueses de Castro Medina celebraron una gran fiesta. Una legión de sirvientes se encargaba de que jarras, bandejas, aguamaniles, copas y escudillas estuviesen siempre llenas. La velada se alargó hasta bien entrada la noche. Alicia, la condesa, empezó a preocuparse por la ausencia de su marido, que faltaba desde hacía un buen rato.

—Os veo preocupada, mi querida condesa. ¿Acaso la velada no está siendo de vuestro agrado?— preguntó el barón Galán de la Torre, viejo conocido del matrimonio.

—En absoluto, querido. Todo está siendo perfecto, como siempre lo es con tan magnífico anfitrión. Pero estoy algo inquieta, pues no veo a mi esposo por ningún lado. Se ha ausentado hace bastante tiempo y no tengo idea de dónde puede estar.

—Oh, querida, no debéis preocuparos. Vuestro marido no tardará. Estad tranquila. Él mismo me ha confiado que ha salido al jardín en compañía de lady Amanda a echar un polvo.

Echar un polvo

Manera popular y vulgar de hacer referencia a mantener relaciones sexuales.

La expresión «echar un polvo» tiene dividido a los propios expertos en etimología. Aquí voy a referirme a dos hipótesis. El profesor Gabriel Laguna apuesta por que proviene de la fórmula litúrgica «Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris» (Recuerda, hombre, que eres polvo, y que al polvo regresarás). Popularizándose la frase en «del polvo venimos y al polvo vamos». Es fácil imaginar que si venimos del polvo se identificó ese venir del polvo como el del acto sexual origen de nuestra existencia. Sin embargo, la siguiente explicación parece mucho más plausible.

Pancracio Celdrán, en su libro Hablar con corrección, apuesta por que procede de una costumbre muy extendida allá por los siglos XVIII y XIX de esnifar rapé, que no es otra cosa que

tabaco en polvo. En aquella época esto era propio de las clases burguesas y aristocráticas. Aunque el tabaco, o rapé, se inhalase en vez de fumarse, la nicotina hacía su trabajo igualmente y creaba en el rapero la misma dependencia que en el fumador de hoy. Sin embargo, de la misma manera en que hoy consideramos una falta de educación fumar en un lugar cerrado delante de otras personas, en aquel entonces estaba mal visto esnifar rapé en circunstancias similares debido a los estornudos, con la consiguiente polvareda, que provocaba en el adicto y que podían ser molestos para las personas cercanas.

Por esta razón, cuando la necesidad de meterse en el cuerpo un poco de polvo de rapé acuciaba, se excusaban indicando que iban a echar un polvo.

Con el paso del tiempo, echar un polvo se convierte en una estratagema para, o bien alejarse de personas con las que hay una situación de incomodidad, o bien para tener un encuentro íntimo que, sin duda, resultaba más placentero que mantener las formas en una reunión social poco grata. ¿Y cuál era pues la excusa para llevar a cabo el furtivo encuentro carnal sin que nadie lo sospechase? Pues decir: «Excúsenme, voy a echar un polvo. No tardaré».

Y al final, llegó el final

Don Lucio, profesor universitario de Literatura desde hacía cuarenta años, pasaba de los sesenta y siete y podía haberse jubilado hacía tiempo, pero siempre se resistía; su trabajo era su vida. Sin embargo, los cursos

seguían pasando uno tras otro y, finalmente, recibió un comunicado de la jefatura de estudios en el que se le avisaba de que aquel iba a ser su último año como docente

Pasaron los días, pasaron las semanas y pasaron los meses. Y una mañana de un 14 de junio se dirigió, por primera vez, a la que iba a ser su última clase.

Llegó pronto, antes de que llegase el primero de sus alumnos. Se quedó mirando el aula vacía y ante sus ojos pasó, aceleradamente, toda su vida como profesor. Era como una muerte. Era la muerte. Al menos para él.

Los alumnos empezaron a llenar la estancia y el viejo profesor se los quedó mirando, pasando la mirada de uno a otro. Finalmente les dijo:

—Señores —siempre trataba a los alumnos de usted—, hoy la clase va a ser breve. Como ya saben, hoy es mi último día como profesor y hoy es el último día de ustedes como mis alumnos. Durante cuarenta años he tratado de que centenares de estudiantes aprendiesen a disfrutar de la literatura y del uso correcto del lenguaje. Pero hoy quiero decirles que no voy a dar clase. Hoy quiero darles a ustedes las gracias por haberme permitido hacer durante casi cuarenta años lo que más me gusta hacer: enseñar. Quiero que mi agradecimiento sea extensivo a todos los alumnos a los que he tenido el placer de conocer a lo largo de tantos años. Eso es todo.

Y lanzando una mirada al bedel, le dijo:

Apaga y vámonos.

¡Apaga y vámonos!

Dar por terminado algo de forma abrupta. Simplemente se considera que el asunto ha llegado a su fin porque ya no se puede hacer nada más al respecto.

El origen de esta expresión es de lo más curioso. Está descrito por primera vez en la obra de Luis Montoto Un paquete de cartas, de modismos, locuciones, frases hechas, frases proverbiales y frases familiares, editado en Sevilla en 1888.

En la localidad de Pitres, pueblecito de la Alpujarra granadina, había dos curas que optaban a una plaza de capellán convocada por el ejército. Una característica muy importante que las misas castrenses debían tener era su brevedad; la misa tenía que ser rápida para evitar dar ventaja a un posible enemigo. Así pues, los dos curas llegaron al acuerdo de jugarse el puesto de capellán mediante una competición: obtendría la plaza el que hiciese la misa más breve.

Las misas en aquel tiempo se celebraban en latín iniciándose con la frase: Introibo ad altarem Dei y terminaban con: Ite misa est. La primera es la fórmula de bienvenida: «Entraré en el altar de Dios» y la última es el equivalente al actual a «Podéis ir en paz». Pues bien, el primer cura comenzó su misa directamente con la fórmula de despedida, o sea, diciéndoles a los fieles que ya podían irse en paz. Así que el segundo sacerdote, para conseguir ser aún más rápido, empezó la misa diciéndole al monaguillo:

«Apaga (las velas) y vámonos», con lo que la misa terminó antes de empezar.

Conoce al Autor

La Pasión por el Lenguaje de Mariano Domingo Oset

«Para escribir este libro he vuelto a bucear en obras clásicas de escritores poderosos, como Cervantes, Benavente, Valle Inclán… He buscado en antiguos diccionarios de autores sabios.

He viajado al Imperio Romano y he llegado a codearme con dioses paganos. Todo ello para entender por qué decimos las cosas que decimos.

En cualquier caso, he disfrutado y he aprendido. Confío en que el lector también disfrute con su lectura.»

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